lunes, 26 de enero de 2015

Santa Clara (Cuba)


      Qué decir de la ciudad del Che, la Santa Clara querida… Muchas experiencias vividas en la ciudad donde hice mi intercambio, mi punto de retorno y mi hogar en Cuba. Ciudad de provincia pero con espíritu, como dice la canción de Tito. Gente de corazón noble me recibió aquí permitiéndome aprender muchísimo tanto dentro como fuera de la Universidad. 

      Una de las primeras experiencias que tuve fue la caminata por la ruta del Che el día 8 de Octubre. Se partía de la UCLV -la Universidad- y el punto de llegada era el Parque de la ciudad dónde estaría el grupo de Buena Fe. Eran unos buenos ocho o nueve kilómetros recorridos bajo el sol abrasador y entre subidas y bajadas de las lomas. Por fortuna en compañía de amigos todo se vuelve ameno y llegué a disfrutarla mucho. En la foto estoy en compañía de Ale y Yanier, amigos con los que caminé la mayor parte del trayecto.



     Hablaré ahora en términos más espaciales dada la cantidad de tiempo que estuve en la ciudad. Empezaré por el lugar de reunión por excelencia de los jóvenes santaclareños, el malecón y el parque; el malecón es en realidad un conjunto de escalones frente al parque Vidal dónde por la noche el ron y la bulla son la moneda corriente de cambio entre la gente que se reúne a hablar de la vida y tomar algo. El parque es en cambio el lugar ideal para pasar las horas de la tarde cuando el sol está todavía arriba, allí pasé incontables momentos con los maravillosos amigos que esta ciudad me brindó como Laurita mi compañera colombiana, el Flaco, Adrian, Carlos, Luci mi compañera argentina, Sebas, Kety, Ismael mi amigo de Níger, los chicos del club de Periodismo y los de Letras y varios otros, y también con aquellos que sólo estaban de visita en nuestra Universidad por algunos días como Azahara y Anderson.



     Frente al parque hay ciertos lugares en los que me detendré, y no son los canónicos –teatro, biblioteca, hotel- sino otros a los que recurrí felizmente durante mi estadía como por ejemplo el pequeño local a un lado del café literario, dónde el vendedor, un señor mulato con expresión bonachona, me vendía los tabacos de a peso que tan entusiastas fumábamos con mi amigo Yassiel. Otro lugar recurrente era la hamburguesería del Estado al lado del Rápido y frente al malecón: era la cita infaltable después de salir de ver un juego en el estadio de béisbol. Las hamburguesas con queso salvaron varias de mis situaciones en estado famélico y digan lo que digan mis amigos cubanos sigo sosteniendo que estaban bien buenas.



     A un par de cuadras del parque, aunque no precisamente enfrente está a mi juicio el alma cultural de la ciudad, una especie de barcito con patio dónde los Jueves son de trova: el Mejunje. Sin duda las mejores noches santaclareñas suceden allí, el aura que irradia el lugar es sencillamente maravillosa, aunque no existe sólo por la noche, si por el día te pinta tomar un café o picar algo, cuenta con un saloncito muy acogedor a la entrada donde las horas se vuelven minutos sin que te des cuenta. Las noches con La Trovuntivitis, los Faquires y los chicos de la facu que hacían trova fueron las mejores..



      Otro lugar muy bueno el Café Colao, también a dos cuadras del parque.. Es un negocio cuentapropista muy lindo para pasar a tomarte un café y tienen una muy amplia variedad. Yo iba siempre que podía. Una de las paredes estaba escrita casi por completo y uno puede inmortalizar su momento con un marcador en mano. La ocasión de la foto fue cuando Anderson, un amigo brasileño que estudiaba en Pinar del Río vino a pasar sus vacaciones a Santa Clara, y un rato antes de que arrancáramos para La Habana en tren pasamos por un café allí.

       Cuando de cerveza se trata el lugar para acudir es sin duda el Mambí, un barcito pasando el bulevar que desafortunadamente a las seis de la tarde cierra sus puertas, pero al final uno termina adaptándose porque con el calor cualquier hora se vuelve buena para tomar cerveza. 



       Históricamente hablando las citas infaltables son el Museo y Monumento al Che Guevara y el Tren Blindado. Dos paseos que inspiran respeto. El papel del Che fue uno de los más importantes en la historia de la Revolución, junto con Camilo Cienfuegos fue asignado al frente de lo que se conocía como las Villas –la parte central de Cuba- a fines del 58 cuando los revolucionarios estaban luchando contra el régimen de Batista.



       El monumento del tren blindado es lo que queda en memoria de la interrupción del paso de dicho tren en dirección a Oriente –Santiago de Cuba-, se dice que en sus vagones portaba armas que  gracias a la intervención del Che y sus compañeros nunca llegaron a manos de los partidarios de Batista.


        Otra cita infaltable por lo menos para mí es el estadio de pelota Augusto César Sandino. Ver jugar a Villa Clara se convirtió en mi intercambio una de mis escapadas favoritas. El estadio está al pie de la Loma del Capiro, desde la que se puede ver toda la ciudad, y a la que es costumbre subir a beber ron o simplemente para ver la inmensidad de las luces por la noche. 

      Los fines de semana sin embargo las inmediaciones el estadio se convierten en ferias de todo tipo, desde verduras y frutas hasta comida preparada o sándwiches que se pueden encontrar en los cientos de timbirichis.


       Los alrededores campestres de la ciudad también son muy lindos para recorrer, en varias ocasiones nos fuimos de excursión atravesando los repartos y también a la presa Minerva que está a unos pocos kilómetros, muy buenas aventuras que uno podía hacer en sólo un día. Éstas fotografías corresponden a una de las primeras excursiones que hice en compañía de Sebas mi amigo bahiano que fue además, un mentor para mí en asuntos de las triquiñuelas de la cubanidad.

       Un par de veces tuve el honor de que acudir a una caldoza, que es como una juntada típica de fin de semana o en celebración de algun cumpleaños o graduación, se escucha música todo el día, se juega al dominó -los cubanos se apasionan tanto jugándolo como nosotros con el truco- y se toma ron hasta el cansancio. Claro, y se come caldoza también, que es como una especie de estofado que se cocina por varias horas en un caldero. Son situaciones que a no ser que te quedes un buen tiempo en el lugar -y tengas un poco de suerte- escapan al cotidiano, pero que realmente vale la pena disfrutar en compañía de gente con buena onda. Yo compartí dos, una por la graduación de Sebas y otra con el grupo de ingeniería informática.

     Santa Clara sin duda es emblemática, al igual que sus símbolos, como por ejemplo el niño de la bota rota en el parque, la estatua de Marta Abreu, el tren blindado, el Capiro o el malecón sin agua, pero especialmente para mí, lo más especial que brindó la ciudad fueron las personas y los amigos que tuve la oportunidad de hacer y conocer, tanto mediante la Universidad como andando por la calle. Santa Clara fue para mí - y sigue siendo- un lugar para volver.

Hasta la próxima!

jueves, 27 de noviembre de 2014

Sagua la Grande e Isabela de Sagua (Cuba)

               Salimos para Sagua la Grande desde la terminal de ómnibus municipales de Santa Clara en una excursión de un día aprovechando la cercanía con la ciudad del Che. Por una casualidad afortunada de la vida nos tocó viajar en una Yutong y no en un camioncito así que el viaje fue cómodo.
             Cuando llegamos averiguamos por el tren que salía para Isabela más tarde y nos fuimos a recorrer un poco la ciudad, bajo el sol abrasador claro, el fiel compañero caribeño que como Rexona, nunca te abandona.







           Fuimos a una especie de feria que había cruzando el puente, los carritos con turrones de maní no podían faltar. Uno de los mejores inventos después de la pólvora.


        Cuando fue la hora del trencito a Isabela fuimos a la terminal y embarcamos. Sólo tenía dos vagones, incluso era casi tierno de tan pequeño, pero el viaje fue agradable.

              Una vez en Isabela nos tumbamos a tomar tereré a la sombrita de unas palmeras. Para qué… Fue dificilísimo hacerlo arrancar a Carlos que estaba soberanamente planchado disfrutando el fresco del mar.



           Pero como sólo teníamos dos horas más hasta la partida del último servicio de tren logré convencerlo de seguir con el aliciente de tomar unas cervezas cuando llegáramos a algún barcito costero.
        Un rato después llegamos a uno, famoso por una escultura con forma de tiburón en su frente. Es más, aquella escultura marina, que previamente había visto en una postal, era la que me había incitado a querer visitar el poblado . Así que acampamos ahí, a la sombrita de los guanos.



             Yo me dediqué a juntar algunos caracoles y cucharitas del agua como para no perder la costumbre y un rato largo después nos fuimos hasta un palafito que funcionaba como bar y comedor y que tenía varias tortugas Carey en un sitio cercano.



               Fue una experiencia muy linda ver las tortugas tan de cerca, incluso hasta algunos se animaban a tocarlas.


              De vuelta en Sagua y mientras esperábamos la guagua a Santa Clara nos zampamos unas pizzas. La vuelta fue más caótica (la guagua era muy pequeña, éramos como setenta pasajeros y para variar llovía a cántaros) pero por la noche ya estábamos de regreso.

 Hasta la próxima!

lunes, 27 de octubre de 2014

Cienfuegos (Cuba)


     La ciudad que le debe su nombre a Camilo Cienfuegos, es por lejos, una de las que más me gustó. Por alguna razón terminé visitándola una y otra vez y cada vez que me iba de allí sentía que algo se me escapaba, un lugar, una playa, un paladar recomendado, alguna muestra de arte, algo…


   La primera vez que fui lo hice con mis compañeros de habitación –la multinacional 405 A-. No hacía un mes que estábamos juntos y entre Colombia, Cuba y Argentina ya respirábamos aires de Latinoamérica.
    Salimos temprano de Santa Clara y una vez en Cienfuegos pasamos el día directamente en la playa, Rancho Luna. El día estaba un poco nublado por lo que el mar no estaba tan azul, pero fue mi primer contacto con el cálido mar Caribe. Fue un día típicamente de playa, remontamos un barrilete, nos dimos a la búsqueda de cangrejos y tomamos tereré y helado. Al mediodía almorzamos en el restaurant de la playa misma por moneda nacional.


    Casi cayendo la tarde tuvimos un imprevisto, a Laura, nuestra amiga colombiana, la mordió alguna especie de pez en la pierna por lo que tuvimos que hacer parada en el hospital de regreso a la ciudad –que está algo alejada de la playa-. Por suerte todo salió bien y tras una curación nos dimos a la búsqueda de un hostal para pasar la noche. La idea original era pasar la noche en la playa, hacer un fogón, tomar ron y cantar alguna cosa, pero al suceder la mordida decidimos cambiar de planes.
    Encontramos un hostal en divisa a 15 cuc la habitación para cuatro. La cena –la playa nos había dejado famélicos- la hicimos en un paladar que parecía tener buenos precios, que se encontraba sobre la avenida principal y se llamaba El Lobo. Fue por lejos una buena decisión, comimos riquísimo y a buen precio. Yo estaba ansiosa por comer carne roja –hacía como un mes que no probaba sus bondades- así que cuando vi en el menú: bistec uruguayo le entré como cerdita al maizal. Era un milanesón patrio, que además tenía una capa de queso y jamón entre el filete y el pan rallado. El arroz congrí, pobrecito, quedó olvidado en el plato de al lado. (Ya tendría después cinco meses para amigarme con él).


          Me fui feliz. Nunca mejor dicho: panza llena corazón contento.
        Al otro día arrancamos para conocer el centro y el puerto. Desayunamos unos heladitos bárbaros y al mediodía almorzamos en una hamburguesera del Estado que se llama La Reina y está por el paseo peatonal. Las mejores hamburguesas con queso a la par de la hamburguesera de Santa Clara. 
         Después, la tarde la pasamos en el muelle del puerto, hasta que fueron más o menos las cuatro y fuimos a la estación del tren para pegar la vuelta.


   La segunda vez que fui lo hice en calidad de invitada de dos buenos amigos, Yanier y Alejandro.


     Con ellos también conocí muchísimo, jardines botánicos, el cementerio de Tomás Acea, el malecón, el muelle de los ostiones –donde dimos cuenta de varios-, el barrio costero, la galería de arte del paseo peatonal dedicada en ese momento a obras relacionadas con José Martí y lo más importante, las habilidades culinarias de Yanier y su mamá quiénes se portaron magníficamente con Ale y conmigo.






    Una de las noches Yanier preparó unos pescados que le compramos a unos pescadores al atardecer del primer día para preparar a la hora de la cena. Un maestro cocinando.
 

    Y como si no fuera poco, su mamá nos hizo tallarines con salsa el día antes de la vuelta a Santa Clara, justo para que nos fuéramos pipones y no pasáramos hambre en el camino.
   La tercera y última vez que visité Cienfuegos fue en compañía de Carlos. Sentía que me quedaba pendiente conocer el castillo de Jagua, -similar al Castillo de San Severino en Matanzas- así que lo convencí de hacer una excursión de un día con ese propósito. Esta vez, más ducha en el arte de conseguir alojamiento a menor precio –hacía ya cinco meses que estaba en Cuba-, encontramos hostal por 5 cuc. Claro, en moneda nacional, pero a fin de cuentas, no hay mucha diferencia.



   A la mañana temprano fuimos hasta la parada del charangón o camello que nos iba a llevar hasta el hotel Pasacaballos, donde una barca o patana nos cruzaría hasta el otro lado de la bahía dónde se encontraba el castillo. El viaje en el charangón no fue para nada cómodo, pero sí el de la patana.


     El castillo estaba también en reparación, pero pudimos recorrerlo casi todo. La vista de la bahía es simplemente magnífica.



    Encontré, sin embargo, perturbador, el recinto que se hallaba al nivel del sótano dónde de antaño se ‘guardaba’ claramente hacinada, a la mano de obra esclava recién traída de África. Sólo recibía luz de un tragaluz cuadrangular de menos de un metro cuadrado. Escalofriante, tanto humana como históricamente, al igual que los grilletes pesadísimos que pudimos levantar gracias a la buena onda de la guía.



  De vuelta, mientras esperábamos la patana de regreso y ya empapados de otro humor muy diferente al del sótano del castillo, decidimos hacer una frugal merienda con un yogur de soja bastante rico –del que Carlos como buen cubano desconfiaba- y unos sánguches de mortadela, todo por siete pesos cubanos. 


    Una de esas cosas sencillas que Mastercard no puede comprar.

       Hasta la próxima!