Varadero… junto con los cayos de Santa María y playa Ancón en
Trinidad, forma parte del circuito turístico playero más chic de la isla. Lo
bueno es que sus playas son indudablemente espectaculares, lo malo es que se ha
mercantilizado de tal manera que casi pasó a ser un no-lugar, unos cuantos
kilómetros en los que podés creerte en medio del capitalismo sin reparo alguno.
Varadero es la vedette de los paquetes turísticos #LahabanaVaraderoLoscayos.
Sin embargo, esta cuestión no impidió que fuéramos a conocer sus míticas
playas.
Después de varias
idas y vueltas por fin le pusimos fecha a nuestro viaje y armamos un grupo bien
lindo para ir a gozar la papeleta
como bien dicen en Cuba. Compramos los pasajes de ida con una anticipación
considerable y el día del viaje nos esperaba una tupida lluvia que no había
arreciado en los tres días anteriores. Mal augurio, pensamos todos. Por suerte
nos equivocamos, porque después de las tres horas y media aproximadamente que
nos llevó llegar nos esperaba un solazo y un cielo despejado.
Habíamos reservado con anticipación por medio de unos amigos que ya estaban allí, el hostal para quedarnos por el fin de semana. Era una casa muy pero muy bonita, definitivamente de playa. Perfecta. Y además, como todos éramos estudiantes no tuvimos problemas en conseguirlo en moneda nacional.
Habíamos reservado con anticipación por medio de unos amigos que ya estaban allí, el hostal para quedarnos por el fin de semana. Era una casa muy pero muy bonita, definitivamente de playa. Perfecta. Y además, como todos éramos estudiantes no tuvimos problemas en conseguirlo en moneda nacional.
Después de ponernos
al día con los chicos que ya estaban allá y almorzar espaguetis con salsa,
preparamos el infaltable tereré y las chicharritas de boniato y arrancamos
rápidamente a pasar la tarde en la playa, que, como Varadero es una península
de tres o cuatro cuadras de ancho, no estaba a más de doscientos metros.
La pasamos bárbaro.
El mar estaba delicioso.
Por la noche salimos a recorrer la Avenida 1era. Nos dimos el gusto de escuchar un rato unas bandas que estaban tocando en el bar The Beatles –hay varios de éstos barcitos, los vi en Trinidad y en otra ciudad también que ahora no recuerdo- y de pasear por los innumerables puestos de artesanías dispuestos a lo largo de toda la Avenida. Hay bares con muy buena onda para sentarse a pasar el rato como por ejemplo FM 23.
Por la noche salimos a recorrer la Avenida 1era. Nos dimos el gusto de escuchar un rato unas bandas que estaban tocando en el bar The Beatles –hay varios de éstos barcitos, los vi en Trinidad y en otra ciudad también que ahora no recuerdo- y de pasear por los innumerables puestos de artesanías dispuestos a lo largo de toda la Avenida. Hay bares con muy buena onda para sentarse a pasar el rato como por ejemplo FM 23.
Al día siguiente
arrancamos temprano yendo a la panadería de a la vuelta a comprar pan para el
desayuno que consistió en tostadas y jugo de piña que preparamos con Carlos.
Luego salimos a caminar, hicimos playa y fuimos a la tienda Caracol a comprar
las galletitas de Bob Esponja con sabor a brigadeiro que endulzaron los seis
meses de intercambio a setenta centavos de cuc el paquete. Fuimos también al
parque Josone dónde hay muchas aves y botecitos a pedales para pasear por el
lago, ah! y una pizzería muy prometedora llamada Dante’s –con ese nombre tiene que serlo
obligatoriamente-.
Entramos también a
una de las casa del Habano… Un paraíso, torcidos de todas las maneras
imaginables, del tamaño que pidieras. Había algunos tan largos que hasta
superaban la longitud de nuestras manos… Ese sí, que al menos de mi parte, es
infumable.
La tarde la
dedicamos al mar obviamente, que tenía unas olas devoradoras irresistibles. Creo
que nunca tragué tanta agua.
Los chicos hicieron
guerra de castillos de arena mientras yo juntaba caracoles –una manía
incontrolable desde que soy chiquita, de hecho tengo caracoles y piedras de
todas las playas o lugares costeros que visité-, y les tomaba alguna foto de
cuando en cuando tratando de que no se dieran cuenta.
Al final llegamos a
la casa muertos de felices pero también de cansados. Cenamos en un lugar que se
llama Súper Machi, muy bueno: te sirven la cantidad que vos quieras por el
módico precio de 2 dólares –aunque también hay precios menores y mayores
dependiendo el menú- y se come rico, con el plus de que hay manos de plátanos
para que lleves los que quieras para el postre.
A la vuelta jugamos
cartas e hicimos un karaoke inolvidable. Una joyita. Después el clásico habano
tirada en la reposera viendo las estrellas.
El último día lo invertimos también en la playa. El mar estaba más azul que nunca. Bello, como todo cuando tenés que irte.
El último día lo invertimos también en la playa. El mar estaba más azul que nunca. Bello, como todo cuando tenés que irte.
Nos despedimos de la
vedette turística con un almuercito en un merendero, último vestigio en la
península, junto con la panadería, de la dinámica real cubana. Como decía un
amiga mía: ay chica, Varadero es Varadero.
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