Llegué a Holguín desde Santiago,
en un camioncito de esos que ya estoy tan acostumbrada. Me bajé cerca de un pre
-o escuela secundaria-.
De allí subí a otra guagua que me
llevó hasta el parque Flores. Lógicamente hacía un calor de locos. No solamente
estaba en el Caribe sino en tierra
caliente que es como en Cuba se denomina a la parte oriental de la isla. De
manera que no me hice rogar y fui a buscar urgente una heladería.
En Holguín la heladería del
Estado no se llama Coppelia como en la mayoría de los lugares sino Guamá. De
más está decir que había una fila
considerable para entrar… Pero la hice sin chistar, así que fiel a mi costumbre
me zampé dos helados bestiales.
Después, en un acto de valentía o locura, decidí ir al cerro de la cruz, que está a un costado de la ciudad, como custodiándola. Me subí a un bicitaxi que me llevó hasta cerca del pie del cerro.
Después, en un acto de valentía o locura, decidí ir al cerro de la cruz, que está a un costado de la ciudad, como custodiándola. Me subí a un bicitaxi que me llevó hasta cerca del pie del cerro.
Plena siesta. Un sol que abrasaba
todo y yo subí hasta arriba. Una vez más probé mi boludez -o locura- que
obviamente valió cada gota de sudor, porque la vista era maravillosa. Mientras
esperaba un nenito me regaló una vaina de ginga, un árbol que por suerte está
en la cima y da sombrita. Buena onda el pibe.
La vuelta hasta el centro la hice
mansita, como decimos los entrerrianos, sin prisa pero sin pausa. Cuando por el
bulevarcito encontré un bar mi alegría se disparó como el dólar. Mayabita se
llamaba el lugar y al mejor estilo chopería santafesina donde te sentás y pedís
unos lisos, yo hice lo mismo pero en versión cubana. Diferencias aparte, cuando
me trajeron dos jarras heladas me sentí como en casa y sentí la necesidad
cervecera argento-alemana calmarse por un rato.
Un rato después me fui a recorrer
los alrededores. Juzgué a la ciudad como tranquila pero con sus joyitas, como
un viverito de bonsái.
A la tardecita como sabía que iba
a jugar el equipo de Holguín de local contra Matanzas –uno de los candidatos de
la temporada- me fui hasta el Calixto García –así se llama el estadio- en la
misma guagua que me había traído hasta el centro a la mañana.
Mientras buscaba
un buen lugar para ver el partido, un veterano aficionado me invitó a la platea
de su peña deportiva. Se llamaba Rafael y el tipo sabía un montón de beisbol.
Holguinero a morir y yo, que soy del campeón villareño por adopción, así que
Matanzas era nuestro enemigo común. Para variar ese día era el cumpleaños del
técnico de Matanzas, Víctor Mesa… Habrá sido el peor, porque Holguín le aguó la
fiesta anotando 2 carreras contra 1. El pitcher fue una revelación para mí ¡tiraba
balas en vez de pelotas! Ruiz de apellido, dicen que en un par de años va a ser
el mejor pitcher de Cuba.
Cuando terminó el juego nos fuimos caminando con Rafael para la terminal. Y ahí hice acampe en lo que venía mi guagua para pegar la vuelta a Santa Clara...
Cuando terminó el juego nos fuimos caminando con Rafael para la terminal. Y ahí hice acampe en lo que venía mi guagua para pegar la vuelta a Santa Clara...
¡Hasta la próxima!