El trayecto desde La Habana a Pinar del Río lo hice en un
taxi de esos que los pasajeros hacen una vaquita de 5 dólares cada uno para
pagarle al taxista. Fue de hecho, uno de los viajes más cómodos que realicé en
Cuba. El aire dándome en la cara por la ventanilla -cuál perro con la lengua
afuera- y la canción del bodeguero sonando en la radio.
En Pinar -ciudad en la que tenía pensado quedarme tres o
cuatro días- me esperaba Anderson, un amigo brasilero que estaba en el último
año de geología, de manera que ni bien llegué a la terminal fui hasta la
Universidad desde dónde después de ponernos al día salimos para recorrer un
poco la ciudad y a visitar a un amigo de él –también de Brasil- que estaba
pasando unos días en el hospital pero que ya estaba pronto al salir. Ahí conocí
también a una amiga suya que estaba de intercambio como yo y que era de una
ciudad llamada Irkutsk que se encuentra en Rusia cerca de la frontera con
Mongolia. Creo que nunca había conocido a alguien de páramos tan remotos.
El día siguiente lo
dedicamos a recorrer un poco la ciudad. Anderson me contó que la cola de los
ciclones siempre pasaba por ahí y que constantemente estaban reconstruyendo las
partes afectadas, desde los techos de las viviendas hasta las luces del estadio
de béisbol.
La arquitectura es en general bastante particular, muy cerca
de la Universidad por ejemplo está el museo de Ciencias naturales, un edificio
ecléctico y bastante tétrico si lo ves de noche, al mismo tiempo que muy cerca
de allí hay una seguidilla de casas multicolores de arquitectura estéticamente
inquietantes.
Por la noche, aunque no por eso con menos calor, decidimos ir al
bar de uno de los hoteles de la avenida principal… Y pasó lo inevitable cuando
un brasilero y un argentino se ponen a hablar, nos colgamos como cuatro horas
hablando de la vida, de Dilma, de Cristina, del Mundial, de Latinoamérica y de
hacia adónde vamos, de la cerveza, del precio de la cerveza, de la capirinha, del fernet, de irse de mochilero, de los parques de
diversiones y un montón de cosas más.
Al día siguiente nos levantamos temprano y después de desayunar un sánguche de tortilla y tomate acompañado de jugo de guayaba caminamos hasta
una de las salidas de la ciudad para tomar un taxi que por 1 dólar cada uno nos
llevó junto con otras personas hasta Viñales, una región espectacular y me
estoy quedando semánticamente corta porque hay mogotes por todos lados,
plantaciones de tabaco, cuevas, lagos, cebúes, senderos que se pierden en la
montaña y una naturaleza exuberante.
Caminamos un montón, al final del día le calculamos alrededor
de quince kilómetros. Nuestra primera parada fue la Cueva del Indio dónde
después del recorrido nos agarró una tupida lluvia que nos obligó a quedarnos
al amparo de un quinchito de guano hasta que amainó, así que mientras tanto nos pusimos a charlar con los vendedores de artesanías que también se habían guarecido de la lluvia.
Cuando dejó de llover nos fuimos caminando hasta la
carretera, había grutas, formaciones rocosas y pequeñas lagunas por donde
miraras. Una vez ahí hicimos dedo –o botella como le dicen los cubanos- y un
camioncito sin cúpula atrás accedió a llevarnos de regreso a la ciudad de
Viñales. Ya habíamos avanzado un par de kilómetros e íbamos los dos de pie
sujetados a la cabina cuando empezó a garuar. De ese momento no hay fotos, sólo
el recuerdo en el corazón estando ahí en medio de tanta naturaleza junto a un
amigo, con el Palenque de los Cimarrones a un lado, los mogotes más allá, el
olor a tierra mojada, las gotas de agua contra la cara y el viento azotándonos
de frente.
Desde Viñales otro camioncito nos llevó hasta unos tres
kilómetros del Mural de la Prehistoria, de ahí pateamos hasta llegar. Una
niebla no muy espesa cubría la cumbre de los mogotes y parte del camino por lo
que la humedad era mucha sumada a la lluvia que había caído. Una vez allí nos
sentamos en unas piedras cerca del mural y empezamos a filosofar acerca de la
representatividad de las pinturas: estaba más que claro que se trataba del
proceso evolutivo pero la identidad que no podía descifrar era la de los
animales pintados en amarillo y rojo que estaban cronológicamente después de
los dinosaurios, así que le pregunté a Anderson de qué animales se trataban las
figuras. Me respondió en una frase que quedó para la posteridad y para nuestras
bromas internas:
-Son esos animales, más ancestrales, com patas…
No pude parar de reírme hasta largo rato después, primero
porque lo que yo esperaba de sus conocimientos geológicos iba más allá de esa
descripción y segundo porque como lo dijo con su acento brasilero sonaba más
gracioso aún.
A fin de cuentas la pasamos bárbaro en el parque del Mural y
regresamos caminando tranqui, escuchando a los Redondos en mi teléfono y
comiendo platanitos que compramos en una finca. Después, mientras esperabamos la guagua compramos dos cafés y unas bolsitas de churros: life is good.
De vuelta en la residencia de la Universidad y después de un
buen baño frío preparamos unos teres y nos pusimos a escuchar música brasilera mientras
hacíamos tiempo para que se hiciera la hora de ir a cenar a un paladar – a todo
esto teníamos un hambre que no veíamos después de haber pasado el día vagando
por Viñales-. En eso tengo un momento de genialidad y me acuerdo de que antes
de venir para Pinar en la mochila había puesto unos alfajores santafesinos que
mi compañera de piso en Argentina me había hecho llegar unos días atrás,
revuelvo un poco la mochi y ahí estaban, así que dos y dos son cuatro canta la farolera y los compartí con Anderson
que resultó que le gustaron como loco. Ese fue uno de nuestros momentos
latinoamericanos más felices, con samba, alfajores y tereré.
El tercer día lo invertí en ir a Soroa –que queda en la
provincia vecina de Artemisa y del que haré crónica aparte- y por la noche fui
con Anderson y Giovanna -otra amiga- a ver el juego de béisbol al estadio
Capitán San Luis: Pinar contra Santiago cuyo resultado se inclinó a favor de
los locales. Con el juego y la cena posterior en uno de los paladares de los
que mi amigo era cliente habitual me despedí de él y di por concluida la
travesía por la provincia más occidental de Cuba, tierra del tabaco y la
Guayabita.
Hasta la próxima!
(Próximamente Soroa)