miércoles, 22 de octubre de 2014

Varadero (Cuba)

    Varadero… junto con los cayos de Santa María y playa Ancón en Trinidad, forma parte del circuito turístico playero más chic de la isla. Lo bueno es que sus playas son indudablemente espectaculares, lo malo es que se ha mercantilizado de tal manera que casi pasó a ser un no-lugar, unos cuantos kilómetros en los que podés creerte en medio del capitalismo sin reparo alguno. Varadero es la vedette de los paquetes turísticos #LahabanaVaraderoLoscayos. Sin embargo, esta cuestión no impidió que fuéramos a conocer sus míticas playas.



   Después de varias idas y vueltas por fin le pusimos fecha a nuestro viaje y armamos un grupo bien lindo para ir a gozar la papeleta como bien dicen en Cuba. Compramos los pasajes de ida con una anticipación considerable y el día del viaje nos esperaba una tupida lluvia que no había arreciado en los tres días anteriores. Mal augurio, pensamos todos. Por suerte nos equivocamos, porque después de las tres horas y media aproximadamente que nos llevó llegar nos esperaba un solazo y un cielo despejado.
    Habíamos reservado con anticipación por medio de unos amigos que ya estaban allí, el hostal para quedarnos por el fin de semana. Era una casa muy pero muy bonita, definitivamente de playa. Perfecta. Y además, como todos éramos estudiantes no tuvimos problemas en conseguirlo en moneda nacional.


   Después de ponernos al día con los chicos que ya estaban allá y almorzar espaguetis con salsa, preparamos el infaltable tereré y las chicharritas de boniato y arrancamos rápidamente a pasar la tarde en la playa, que, como Varadero es una península de tres o cuatro cuadras de ancho, no estaba a más de doscientos metros. 




   La pasamos bárbaro. El mar estaba delicioso.
   Por la noche salimos a recorrer la Avenida 1era. Nos dimos el gusto de escuchar un rato unas bandas que estaban tocando en el bar The Beatles –hay varios de éstos barcitos, los vi en Trinidad y en otra ciudad también que ahora no recuerdo- y de pasear por los innumerables puestos de artesanías dispuestos a lo largo de toda la Avenida. Hay bares con muy buena onda para sentarse a pasar el rato como por ejemplo FM 23.


   Al día siguiente arrancamos temprano yendo a la panadería de a la vuelta a comprar pan para el desayuno que consistió en tostadas y jugo de piña que preparamos con Carlos. Luego salimos a caminar, hicimos playa y fuimos a la tienda Caracol a comprar las galletitas de Bob Esponja con sabor a brigadeiro que endulzaron los seis meses de intercambio a setenta centavos de cuc el paquete. Fuimos también al parque Josone dónde hay muchas aves y botecitos a pedales para pasear por el lago, ah! y una pizzería muy prometedora llamada Dante’s  –con ese nombre tiene que serlo obligatoriamente-.



  Entramos también a una de las casa del Habano… Un paraíso, torcidos de todas las maneras imaginables, del tamaño que pidieras. Había algunos tan largos que hasta superaban la longitud de nuestras manos… Ese sí, que al menos de mi parte, es infumable.


    La tarde la dedicamos al mar obviamente, que tenía unas olas devoradoras irresistibles. Creo que nunca tragué tanta agua. 


    Los chicos hicieron guerra de castillos de arena mientras yo juntaba caracoles –una manía incontrolable desde que soy chiquita, de hecho tengo caracoles y piedras de todas las playas o lugares costeros que visité-, y les tomaba alguna foto de cuando en cuando tratando de que no se dieran cuenta.


   Al final llegamos a la casa muertos de felices pero también de cansados. Cenamos en un lugar que se llama Súper Machi, muy bueno: te sirven la cantidad que vos quieras por el módico precio de 2 dólares –aunque también hay precios menores y mayores dependiendo el menú- y se come rico, con el plus de que hay manos de plátanos para que lleves los que quieras para el postre.


   A la vuelta jugamos cartas e hicimos un karaoke inolvidable. Una joyita. Después el clásico habano tirada en la reposera viendo las estrellas.
     El último día lo invertimos también en la playa. El mar estaba más azul que nunca. Bello, como todo cuando tenés que irte. 





    Nos despedimos de la vedette turística con un almuercito en un merendero, último vestigio en la península, junto con la panadería, de la dinámica real cubana. Como decía un amiga mía: ay chica, Varadero es Varadero.



  

viernes, 3 de octubre de 2014

Girón (Cuba)

    Salimos de Santa Clara con intenciones de llegar a Girón en un camioncito que salió cerca de las diez de la mañana. Éste sólo llegaba hasta Cienfuegos, de manera que una vez allí tuvimos que preguntar una y otra vez hasta que un alma informada y caritativa nos dijo que enfrente del hospital al mediodía salía un camión de color verde que iba para Girón.  Desde que nos subimos hasta que llegamos pasaron casi cuatro horas, el precio era muy bueno –quince pesos cubanos- pero viajar en camión es todo un desafío, y más aún cuando el camino es de varias horas.


   Cuando llegamos lo primero que hicimos fue buscar un hostal que nos alojara, y encontramos uno muy bonito que nos hizo precio por ser estudiantes. Tras dejar las cosas nos fuimos directa y rápidamente a recorrer la playa y sus alrededores.  Girón es un lugar hermoso, casi sin explotar turísticamente así que uno puede ponerse a tomar sol en topless sin pena alguna, tal como hizo una sueca que había llegado un rato antes que nosotras a la playa.


   Hay una especie de murallón que en tiempos de ciclón resguarda la playa y el único hotel que hay. Casi es posible atravesarlo de lado a lado, pero cerca del medio tiene un agujero enorme, infranqueable dadas las condiciones en las que se encuentra el concreto que sostiene la estructura. Lo bonito es que caminando sobre él se pueden ver numerosos cangrejos, de todos los tipos, tamaños y colores.




   Por la noche fuimos a un restaurancito muy lindo y muy rico, en el que por treinta y cinco pesos en moneda nacional se come más que bien.


   El plan para el día siguiente era ir a la cocodrilera, pero la guagua no pasó y autos casi no pasan como para hacer dedo o botella, así que después de comer unas minutas de pescado decidimos visitar el museo y luego hacer playa.


    El museo de Girón está dividido en dos partes, de un lado se encuentran las armas que los estadounidenses usaron para intentar tomar la zona, del otro, están las que usaron los cubanos, cortesía en la mayoría de la Unión Soviética. Cuentan, que la invasión a la Bahía de Cochinos fue una tentativa que fue neutralizada solamente en un par de días y que se cuenta como una de las pocas derrotas yanquis en territorio extranjero.




    Un rato después estabamos entre olas, caracoles, palmeras y cocos. Una combinación con la que podría vivir el resto de mi vida.





   El último día sí pudimos visitar la cocodrilera que queda a unos cuántos kilómetros. Tuvimos que tomar una guagua de las del hotel que por tres dólares nos llevaba y nos buscaba al finalizar el día. Visitamos Guamá, una isla en medio de una especie de pantano a la cuál únicamente se puede llegar en lancha, otro lugar de esos tranquilos de los que no te querés ir. La excursión en lancha cuesta 10 cuc si sos turista y la mitad si sos residente.


   Luego de eso visitamos el parque de los cocodrilos. Había cientos de ellos, tal cuál en los documentales. Claro que ahora están protegidos porque hace unos cuantos años eran cazados para el consumo. También hay varias jutías, serpientes y tortugas. Es un lugar lindo para pasar la tarde.




    La última cena la hicimos nuevamente en el restaurancito acostumbrado, en el que cenamos las tres noches. Comimos camarones y el acostumbrado arroz congrí por sesenta y cinco pesos MN. 
    La vuelta la emprendimos finalmente por la madrugada, cerca de las cuatro, cuando tomamos la guagua para un pueblito cercano llamado Cayo Ramona desde dónde salía el camioncito verde –alias el camión de Rosendo- a eso de las seis de la mañana.


   Hasta la próxima!

viernes, 26 de septiembre de 2014

Matanzas (Cuba)

       Salí para Matanzas desde Santa Clara en el tren de la mañana, en compañía de un libro para el camino, El corazón de Voltaire del puertorriqueño Luis López Nieves. Fue una decisión acertada ya que en medio del camino el tren se detuvo una hora y media para cambiar un vagón que se averió, y puedo asegurar que con el solazo del mediodía, el tufo metálico y sin nada a lo que prestarle atención hubiera sido una situación de esas de las que es difícil sustraerse...
      Una vez que el tren llegó a la estación tuve que esperar a que viniera algún medio de transporte que me acercara a la ciudad. En la espera, hice amistad con una pareja muy simpática que hacía música popular en FM 23, un bar bastante concurrido en Varadero y al que me invitaron a visitar cuando estuviera por allá. Hasta que llegó un cochero pasó como una hora. Desde la terminal dónde terminaba su ruta tomamos una yutong hasta la bahía, dónde me despedí de los chicos para bordearla caminando.

      Era una maravilla. Aunque no tiene casi playas, el mar, las piedras y las cucharitas del agua forman un lugar muy relajante, muy propicio para sentarte a compartir unos mates sentado en las rocas y con los pies dentro del agua.


     Cuando llegué al centro de la ciudad me dediqué a buscar un hostal porque en el camino no había visto ninguno en moneda nacional. Tampoco allí encontré, así que tuve que decidirme por uno en divisa no sin antes pelear un poco el precio. Después de un necesario baño fui a cenar a una pizzería del Estado que se encuentra frente a la plaza central, -muy buenas pizzas, enormes, y a un precio accesible: 10 pesos en moneda nacional cada una-. 


         Al día siguiente arranqué temprano a las siete de la matina, desayuné yogur y mantecados enfrente de la plaza en un merendero de esos con las típicas mesitas en los portales y en las que podés encontrar cosas muy sabrosas para cualquier momento del día.


      Después de un desayuno de campeones fui en guagua hasta la ermita de Monserrat que queda en una loma muy alta y desde dónde se puede ver toda la bahía y el valle del otro lado. 


     La ermita está custodiada por cuatro estatuas que dan al valle: Gerona, Tarracona, Lerida y Barcelona. Fue erigida por la sociedad de beneficencia de Cataluña e islas Baleares en honor a su patrona, la virgen de Monserrat allá por el año 1875.

 
    Un rato más tarde llegó la guagua rumbo a las cuevas de Bellamar. Impresionantes. Uno de los espeleólogos de turno, Owen, me explicó cantidad de cosas sobre las cuevas, como que tienen su propio ciclo de vida y que todo lo que sucede en ellas se produce por reacciones químicas.
      La parte que recorrimos de las cuevas tiene alrededor de 750 metros y por momentos uno puede sentirse un poco claustrofóbico y que le falta el aire, pero la sensación es fantástica. 



      En algunas calcificaciones había tiznes de las antorchas que se emplearon desde 1861 en adelante para las exploraciones hasta que se instaló la iluminación eléctrica. El guía comentó al respecto que recién dentro 500 años el hollín iba a desaparecer por completo y no faltó un yanqui con su comentario gracioso de ‘Can I bring the same ticket?’ que nos hizo reír a todos.
    Después que el recorrido terminó me encontré con las chicas que atendían el merendero enfrente de la residencia dónde me quedaba en Santa Clara así que decidimos tomar unas cervezas. Un inesperado encuentro con final feliz en el que tuve la sensación de estar en el lugar indicado el momento justo.
     De vuelta en Matanzas volví a la bahía a juntar piedras, cucharitas del agua y caracoles y caminé hasta la iglesia de San Pedro. De camino me encontré con un cartel que indicaba el camino al Castillo de San Severino, así que como ya era un poco tarde lo apunté para el día siguiente.


     Hice parada en un merendero y tomé unos cuantos vasos de jugo de guayaba. Delicioso. Aunque la guayaba en fruta no me gusta, el jugo simplemente ¡vuela! y cuesta centavos.




   Cerca del hostal me esperaba una de las sorpresas más lindas que tuve en el viaje… ¡Silvio Rodríguez en un recital por los barrios! Tuve suerte, no hay otra. Volvía caminando por una calle aledaña cuando veo un montón de personas amuchadas, varios puestitos humeantes con sánguches de carne de cerdo y un escenario en la esquina. Me acerco, pregunto, y me dicen que en media hora iba a empezar a tocar Silvio. Yo chocha. Me quedé casi casi hasta el final.


     Al día siguiente me levanté otra vez bien temprano para ir a anotarme en la lista de espera a la estación de tren. Perdí como dos horas entre la ida y la vuelta pero a las once ya estaba en el Castillo de San Severino. Se trata de uno de los castillos que los españoles construían en las bahías para prevenir los ataques piratas y para desembarcar los esclavos. Hay muchos de este tipo en Cuba y tengo entendido que en otras costas caribeñas como las de Colombia también los hay. 





   De vuelta me volví caminando por el otro costado de la bahía, tranquiloncha, juntando caracoles y piedras que eran muy diferentes a los que había recolectado los días anteriores, hasta que el cielo se nubló y empezó a lloviznar, así que tuve que apurar el paso hasta la panchería enfrente de la plaza dónde tardíamente almorcé antes de pasar a buscar el resto de mis cosas en el hostal y dirigirme a la estación de trenes.
 

    La espera fue larga y agotadora porque el primer tren no liberó capacidades y tuve que esperar el segundo, pero al final todo salió bien y al caer la noche ya estaba arriba del tren a la querida Santa Clara, que marchaba a ritmo lento pero seguro. 


    Hasta la próxima!