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viernes, 13 de febrero de 2015

Caibarién (Cuba)


         Viaje relámpago. La ciudad costera más cerca de Santa Clara: Caibarién fue el lugar para esa típica escapada nuestra de fin de semana. Está a una hora en bus aproximadamente y cerca de los cayos.

     Cuando llegamos fuimos caminando hasta el malecón (costanera) y ahí nos instalamos con el tereré un rato hasta que lentamente fuimos rumbeando para la parte en que estaba la playa.
      Explorando por ahí encontramos un monumento hecho de huesos: tremendo, sobre todo porque parecía estar hecho de huesos de vaca. Yo me volví loca, porque ya hacía varios meses que no comía asado, así que el ‘guardián’ se convirtió en una especie de símbolo de resistencia para mí.

 

             Hay lugares muy tranquilos y con sombra, y como no es un destino ‘turístico’ uno puede estar bastante relajado y disfrutar del silencio, o como en nuestro caso, de los refranes, porque decidimos poner a prueba nuestra internacionalidad tratando de completar los refranes del otro. 





        Unos metros más adelante hay un hostalito muy lindo que también cuenta con un paladar bárbaro. Almorzamos ahí como reyes, creo que por dos dólares cada uno. 


             Sé de un par de amigos que suelen quedarse el finde ahí también a pasar la noche. El sitio se llama La Tormenta. ¡Cien por ciento recomendable!

        También hay almejas y caracoles para juntar en la playa... Claro, ese es un vicio que no se me quita cada vez que voy a una playa.


          Y a la vuelta, -a la entrada de la ciudad- hay un cangrejo enorme, que da la bienvenida a la ciudad, hecho por un escultor muy importante, Florencio Gelabert.
         Nos despedimos hasta la próxima de la ciudad porque ese día había un juego de béisbol imperdible en Santa Clara, pero la cita para pasar el finde quedó pendiente para la siguiente ocasión...

Hasta la próxima!

viernes, 30 de enero de 2015

El Nicho (Cuba)

         El nicho es un lugar fabuloso que se encuentra en alguna parte de la cadena montañosa del Escambray. Difícil acceso si uno lo hace sin taxi, pero existen otros medios de llegar si uno va con algo de paciencia.
      Tuve la suerte de ir con un grupo grande. Salimos de Santa Clara por la mañana temprano rumbo a Cumanayagua en una guagua –bus- Astro, que es la empresa estatal. Mi carnet de estudiante permitía que yo pudiera viajar por ese medio de transporte no estando así obligada a recurrir a  Vía Azul, que es la empresa turística para los extranjeros.
       Una vez en Cumanayagua, como éramos alrededor de veinte, alquilamos entre todos un camioncito que nos llevara hasta el Nicho por diez pesos cubanos cada uno aproximadamente. 

      El viaje estuvo entretenido, porque nuestros equipajes y nosotros mismos íbamos de un lado para el otro, bastante parecido al samba.. y las subidas y bajadas por las sierras no ayudaban para nada. Pero al fin llegamos.

     El parque nacional donde está el Nicho está a dos kilómetros de un pobladito, allí buscamos un lugar para quedarnos y una vez más entre todos alquilamos una casita por el fin de semana, también a diez pesos cubanos cada uno. 
      Por la noche cenábamos en uno de los paladares que había allí, y para el mediodía armábamos el lunch en el merendero estatal antes de arrancar para donde estaban las pozas de agua. A la noche, música, vodka, ron, juego de cartas y dominó.









       Fue por lejos uno de los mejores viajes que hice en Cuba. Un lugar para no dejar pasar, pero sobre todo para disfrutar con amigos.

Hasta la próxima!


jueves, 27 de noviembre de 2014

Sagua la Grande e Isabela de Sagua (Cuba)

               Salimos para Sagua la Grande desde la terminal de ómnibus municipales de Santa Clara en una excursión de un día aprovechando la cercanía con la ciudad del Che. Por una casualidad afortunada de la vida nos tocó viajar en una Yutong y no en un camioncito así que el viaje fue cómodo.
             Cuando llegamos averiguamos por el tren que salía para Isabela más tarde y nos fuimos a recorrer un poco la ciudad, bajo el sol abrasador claro, el fiel compañero caribeño que como Rexona, nunca te abandona.







           Fuimos a una especie de feria que había cruzando el puente, los carritos con turrones de maní no podían faltar. Uno de los mejores inventos después de la pólvora.


        Cuando fue la hora del trencito a Isabela fuimos a la terminal y embarcamos. Sólo tenía dos vagones, incluso era casi tierno de tan pequeño, pero el viaje fue agradable.

              Una vez en Isabela nos tumbamos a tomar tereré a la sombrita de unas palmeras. Para qué… Fue dificilísimo hacerlo arrancar a Carlos que estaba soberanamente planchado disfrutando el fresco del mar.



           Pero como sólo teníamos dos horas más hasta la partida del último servicio de tren logré convencerlo de seguir con el aliciente de tomar unas cervezas cuando llegáramos a algún barcito costero.
        Un rato después llegamos a uno, famoso por una escultura con forma de tiburón en su frente. Es más, aquella escultura marina, que previamente había visto en una postal, era la que me había incitado a querer visitar el poblado . Así que acampamos ahí, a la sombrita de los guanos.



             Yo me dediqué a juntar algunos caracoles y cucharitas del agua como para no perder la costumbre y un rato largo después nos fuimos hasta un palafito que funcionaba como bar y comedor y que tenía varias tortugas Carey en un sitio cercano.



               Fue una experiencia muy linda ver las tortugas tan de cerca, incluso hasta algunos se animaban a tocarlas.


              De vuelta en Sagua y mientras esperábamos la guagua a Santa Clara nos zampamos unas pizzas. La vuelta fue más caótica (la guagua era muy pequeña, éramos como setenta pasajeros y para variar llovía a cántaros) pero por la noche ya estábamos de regreso.

 Hasta la próxima!

lunes, 27 de octubre de 2014

Cienfuegos (Cuba)


     La ciudad que le debe su nombre a Camilo Cienfuegos, es por lejos, una de las que más me gustó. Por alguna razón terminé visitándola una y otra vez y cada vez que me iba de allí sentía que algo se me escapaba, un lugar, una playa, un paladar recomendado, alguna muestra de arte, algo…


   La primera vez que fui lo hice con mis compañeros de habitación –la multinacional 405 A-. No hacía un mes que estábamos juntos y entre Colombia, Cuba y Argentina ya respirábamos aires de Latinoamérica.
    Salimos temprano de Santa Clara y una vez en Cienfuegos pasamos el día directamente en la playa, Rancho Luna. El día estaba un poco nublado por lo que el mar no estaba tan azul, pero fue mi primer contacto con el cálido mar Caribe. Fue un día típicamente de playa, remontamos un barrilete, nos dimos a la búsqueda de cangrejos y tomamos tereré y helado. Al mediodía almorzamos en el restaurant de la playa misma por moneda nacional.


    Casi cayendo la tarde tuvimos un imprevisto, a Laura, nuestra amiga colombiana, la mordió alguna especie de pez en la pierna por lo que tuvimos que hacer parada en el hospital de regreso a la ciudad –que está algo alejada de la playa-. Por suerte todo salió bien y tras una curación nos dimos a la búsqueda de un hostal para pasar la noche. La idea original era pasar la noche en la playa, hacer un fogón, tomar ron y cantar alguna cosa, pero al suceder la mordida decidimos cambiar de planes.
    Encontramos un hostal en divisa a 15 cuc la habitación para cuatro. La cena –la playa nos había dejado famélicos- la hicimos en un paladar que parecía tener buenos precios, que se encontraba sobre la avenida principal y se llamaba El Lobo. Fue por lejos una buena decisión, comimos riquísimo y a buen precio. Yo estaba ansiosa por comer carne roja –hacía como un mes que no probaba sus bondades- así que cuando vi en el menú: bistec uruguayo le entré como cerdita al maizal. Era un milanesón patrio, que además tenía una capa de queso y jamón entre el filete y el pan rallado. El arroz congrí, pobrecito, quedó olvidado en el plato de al lado. (Ya tendría después cinco meses para amigarme con él).


          Me fui feliz. Nunca mejor dicho: panza llena corazón contento.
        Al otro día arrancamos para conocer el centro y el puerto. Desayunamos unos heladitos bárbaros y al mediodía almorzamos en una hamburguesera del Estado que se llama La Reina y está por el paseo peatonal. Las mejores hamburguesas con queso a la par de la hamburguesera de Santa Clara. 
         Después, la tarde la pasamos en el muelle del puerto, hasta que fueron más o menos las cuatro y fuimos a la estación del tren para pegar la vuelta.


   La segunda vez que fui lo hice en calidad de invitada de dos buenos amigos, Yanier y Alejandro.


     Con ellos también conocí muchísimo, jardines botánicos, el cementerio de Tomás Acea, el malecón, el muelle de los ostiones –donde dimos cuenta de varios-, el barrio costero, la galería de arte del paseo peatonal dedicada en ese momento a obras relacionadas con José Martí y lo más importante, las habilidades culinarias de Yanier y su mamá quiénes se portaron magníficamente con Ale y conmigo.






    Una de las noches Yanier preparó unos pescados que le compramos a unos pescadores al atardecer del primer día para preparar a la hora de la cena. Un maestro cocinando.
 

    Y como si no fuera poco, su mamá nos hizo tallarines con salsa el día antes de la vuelta a Santa Clara, justo para que nos fuéramos pipones y no pasáramos hambre en el camino.
   La tercera y última vez que visité Cienfuegos fue en compañía de Carlos. Sentía que me quedaba pendiente conocer el castillo de Jagua, -similar al Castillo de San Severino en Matanzas- así que lo convencí de hacer una excursión de un día con ese propósito. Esta vez, más ducha en el arte de conseguir alojamiento a menor precio –hacía ya cinco meses que estaba en Cuba-, encontramos hostal por 5 cuc. Claro, en moneda nacional, pero a fin de cuentas, no hay mucha diferencia.



   A la mañana temprano fuimos hasta la parada del charangón o camello que nos iba a llevar hasta el hotel Pasacaballos, donde una barca o patana nos cruzaría hasta el otro lado de la bahía dónde se encontraba el castillo. El viaje en el charangón no fue para nada cómodo, pero sí el de la patana.


     El castillo estaba también en reparación, pero pudimos recorrerlo casi todo. La vista de la bahía es simplemente magnífica.



    Encontré, sin embargo, perturbador, el recinto que se hallaba al nivel del sótano dónde de antaño se ‘guardaba’ claramente hacinada, a la mano de obra esclava recién traída de África. Sólo recibía luz de un tragaluz cuadrangular de menos de un metro cuadrado. Escalofriante, tanto humana como históricamente, al igual que los grilletes pesadísimos que pudimos levantar gracias a la buena onda de la guía.



  De vuelta, mientras esperábamos la patana de regreso y ya empapados de otro humor muy diferente al del sótano del castillo, decidimos hacer una frugal merienda con un yogur de soja bastante rico –del que Carlos como buen cubano desconfiaba- y unos sánguches de mortadela, todo por siete pesos cubanos. 


    Una de esas cosas sencillas que Mastercard no puede comprar.

       Hasta la próxima!