Hoy es 25 de Mayo. Un 25 en Santa
Fe, a 204 años de la Primera Junta. Un 25 que me encontró sola en mi
departamento, a 300 kilómetros de mi familia, sin asado, sin locro, solamente
con el mate, un par de facturas y un plan de investigación que terminar.
Hace algunos momentos leí una
nota que un amigo español, -que hasta hace poco vivió aquí en Santa Fe- publicó
en un medio digital. Entonces comencé a fraguar unas líneas que hace rato
venían cocinándose en mi sinuosos pensamientos. Más allá de su opinión política
con la cual estoy más que parcialmente de acuerdo, el voltio que faltaba para
prender mi lamparita fue su ser foráneo.
Escribir algo sobre una fecha
patria del país en el que viviste un buen tiempo es sólo un síntoma.
Síntoma de un síndrome que yo también
padezco: es que algo me ha robado el corazón, como a mi amigo. El ladrón es al
fin y al cabo el mismo, pero con distintos colores. A él se lo robó Argentina,
a mí, Cuba y su Revolución. Él escribe sobre el 25 de Mayo, yo pienso en el 1°
de Enero y en la vuelta de los Cinco.
Pienso con regularidad lo bueno y
lo malo de eso Otro que es Cuba (pero que también puede ser Argentina) yo misma
cambié luego de haber vivido en esas tierras. Aprendí a vivir sin tanto
consumismo y más sencillamente, y admito sin rodeos que me enamoré un poco del
socialismo. Veo ahora las cosas de otra perspectiva, enamorarme de otro país
hizo (y todavía hace) que sea mejor persona y mejor ciudadana, hace que
re-flexione sobre muchas áreas de la sociedad, sobre la economía, sobre la
Universidad, sobre la Independencia, y la lista sigue.
Presumo que a mi amigo de España
le sucedió lo mismo. Pensar-nos desde afuera y luego volver-nos a pensar desde
adentro con el corazón próspero luego de las experiencias que importamos, es,
juzgo, una de las formas más productivas de aportar al mundo y a nuestro país
una ráfaga de re-significaciones que lo mejoren, o que al menos, lo intenten.
Hoy me alegra haber leído la
publicación anteriormente mencionada, me acordé que no soy la única que padece
el síndrome, que hay otras personas que re-piensan su país, sus políticas y la
cotidianeidad, en este caso desde el nuestro. Los que padecemos este síndrome
somos los que ponemos las cartas caídas sobre la mesa, las que nadie ve por
tenerlas tan internalizadas o por estar mirando las de la otra mesa. ¿Por qué
un extranjero se enamora de tu país? Tal vez para intentar salvar el suyo, para
completar(se), para completar(lo) o simplemente para volver a acercártelo.
Durante las aproximadamente
7 horas de viaje que duró el trayecto entre Buenos Aires y La Habana no pude
para de preguntarme básicamente una cosa ¿Distinto cómo? Procedo a explicar.
Las personas que ya conocían
Cuba con las cuales pude charlar personalmente antes de irme me habían
prevenido casi bonachonamente: “Mirá que las cosas son distintas allá”. Pero
más allá de la circulación de dos tipos de monedas a la vez, los autos vintage,
el socialismo, la playa y las palmeras no podía delimitar los alcances
semánticos de lo distinto.
Lo distinto, les cuento, no
tardó en presentarse a días de estar en Santa Clara, la ciudad donde realizaría
el intercambio académico por no menos de seis meses.
-Che ¿carne nunca hay?- me
acuerdo que le pregunté a Yassiel, uno de los primeros amigos que hice a la
quinta o sexta vez que comíamos en el comedor de la universidad.
-Si hoy comimos al mediodía…-
me respondió con cara de no entender mi pregunta.
-No, eso era pollo, yo digo
carne de verdad, carne roja.
Yassiel, que ya conocía algo
de nuestra cultura, pareció ver lo que se aproximaba y (con una expresión muy
similar a la que alguien tiene en su rostro cuando te comunica que falleció
alguien cercano, serio pero como tratando de que no te duela) me explicó:
-Es que acá matar una vaca
está prohibido. Hubo una época en que había más vacas que cubanos, pero fue
hace mucho. La carne que hay está reservada para las personas con dietas
especiales y los ingresados en los hospitales.
Se imaginará el lector mi
cara de mala noticia.
-¡¡No te la puedo creer!! ¡Si
sabía me anotaba para México prioridad 1!- le dije más en serio que en broma.
-Y... ya te embarcaste-
filosofó riendo.
Seis meses a mortadela y
arroz con piedritas en el comedor y ya siento que puedo ir a darle la vuelta al
mundo.
Otra sorpresa, en las
universidades (al menos las que conocí, la de Santa Clara y la de Pinar del
Río) el agua corriente funciona a determinados horarios: 07 a 08 a.m, 12:30 a
13:30 (muchas veces se olvida de llegar y se saltea este turno) y de 18:30 a
20:30. Si te querés bañar a otra hora que no sea esa, lavarte las manos o
descargar el inodoro y te olvidaste de cargar los baldes temprano, te jodiste.
Ojo, en las casas esto no
pasa. Agua siempre hay. Y con respecto a la comida… ¡¡Ñomi ñomi!! Gente, se los
aseguro, en las casas sí que se come delicioso. Uno de mis platos favoritos
eran los tachinos –o tostones-, rodajas de plátano burro fritas saladas, y las
croquetas, hechas de un poquito de todo: arroz, tomate, jamón, fideos y sopa.
Aprovecho de paso este espacio culinario para agradecer infinitamente a Carlitos
y a su familia por permitirme ser su invitada de honor en su mesa numerosos
fines de semana y deleitarme con comidas tan ricas y con sabor a hogar. Fue
allí donde aprendí a hacer pru, una especie de gaseosa natural, a todas luces
exquisita, que se prepara con jaboncillo, jengibre, raíz de china, hojas de
pimienta, azúcar sin refinar y canela. Primero se hierven las hierbas y
tubérculos, luego se deja enfriar para finalmente agregar a la preparación más
agua y el azúcar. Luego, a la heladera envasada en botellas a prueba de reventadas
por no menos de 24 horas. Resultado: la perfección en bebidas refrescantes. (Y
si lo usás para el tereré ¡ni te cuento!)
Sigo con lo distinto ¡¡LAS veces que fui ‘al pedo’
a comprar cosas al centro!! Los horarios de comercio son bastante diferentes a
los nuestros. Se abre aproximadamente a las nueve y a las cuatro o cinco a más
tardar se está cerrando todo. Claro, la hora más normal para hacer las compras
al menos para mí -teniendo en cuenta además que había que caminar forzosamente
al menos unas quince cuadras bajo el sol ardiente-, eran las seis de la tarde.
Resultado: todo cerrado. Vuelta a la universidad (que está a unos 8 kilómetros
de la ciudad) con las manos vacías.
¿Y las veces que el papel higiénico
y el desodorante simplemente ‘se perdían’? (expresión cubana para designar que
el producto desapareció por tiempo indeterminado de las góndolas) Por fortuna
yo tenía mis reservas. “Mujer prevenida vale por dos” todavía suele decirme mi
vieja cuando le pregunto si llevo o no llevo determinadas cosas en el equipaje.
Otra cosa que me puso ‘los
pelos de punta’ hasta que ‘le agarré la mano’ fue que la mayoría de los pasajes
(ya sea de tren o de colectivo) son difíciles de conseguir a no ser que los
compres bastante antelación. Al ser residente temporal, con mi carnet de
identidad podía acceder a viajar en Astro, la empresa estatal de transporte exclusiva
para cubanos, cuyos tarifas eran diez veces menores a las de Vía Azul, la
empresa de transporte para los turistas o yumas como les dicen ellos. Lo
exasperante era que para comprar un pasaje el tiempo de espera variaba entre
una hora y cuatro horas y media (el máximo que llegué a esperar). Una prueba de
paciencia digna de los más amaestrados yoguis. Para completar, además de la
diferencia con nuestros horarios comerciales está la cuestión del almuerzo. El
horario del mismo se respeta a rajatabla. Es como una pequeña muestra de
feriado en pleno mediodía: se para todo, y si estabas esperando desde las nueve
y a las doce no te atendieron, te comiste otra hora y media.
Ahora le toca a lo bueno: la
verdad de la milanesa es que en el Coppelia, la heladería estatal que está en
la mayoría de las ciudades cabeceras, te podés tomar un helado de cinco bochas
con frutas, crocantes y merengue por –al día de la fecha- 1,60 pesos
argentinos. También por 80 centavos argentinos te comés altas hamburguesas con
queso en las hamburgueseras estatales. De cerdo pero deliciosas. Era ley que
cuando volvíamos del Sandino (el estadio de béisbol de Villa Clara) de ver un juego
de pelota, con Carlos íbamos por unas hamburguesas para terminar de matar las
ansiedades ‘típicas del hincha’, fueron el equivalente perfecto al chori de
después de los partidos de Unión acá en Santa Fe. Y no van a creer, pero ver un
partido de béisbol cuesta nada más que 0,25 centavos argentinos. Todo ciudadano
cubano puede permitirse asistir al estadio a ver los partidos las veces que
quiera sin que eso repercuta en su economía. Lo distinto también tiene su lado bueno ¿vieron?
Bueno, para ir cerrando les
tiro la última, ¿saben que la fotocopia prácticamente no existe? La universidad
te provee del material de lectura que, una vez finalizado el ciclo lectivo,
tenés la obligación de devolver para poder retirar los del curso próximo. Y
además al comienzo del año te corresponde un cuaderno por asignatura que vayas
a cursar y cierta cantidad de lápices y biromes, esto es así en absolutamente
todos los niveles, desde la primaria hasta la universidad. Qué lejos estamos ¿eh?
Una vez más gracias por leerme
y nos encontramos en la próxima publicación.
Vaya experiencia deliciosa el hecho de comenzar a proyectar un viaje. Casi tan emocionante como realizarlo. Primero
viene la idea, como un insecto que se desliza por los pliegues del
felpudo de bienvenida, silenciosa y sigilosa primero, e insistente y
poderosa luego, cuando la luz de la conciencia se decide a percibirla
seriamente. Luego la decisión. Lo más difícil se lo puedo asegurar: la batalla que libramos con nosotros mismos.
Un viaje de mil millas empieza con el primer paso dijo Lao Tsé hace más de dos milenios y aún hoy en día sigue teniendo vigencia. Sin embargo creo que el filósofo oriental por excelencia dio por sentado en su celebérrima afirmación la naturaleza del primer paso. ¿Fue una omisión a conciencia o acaso pretendió dejar esa parte tan importante del aprendizaje a cargo de nosotros mismos? ¿Acaso importa?
Es en la naturaleza de este primer paso que nos encontramos prácticamente configurados no sólo como potenciales aventureros sino también como personas. Cuéntame de tu primer paso y te diré quién eres, reformulación new age y bastante atrevida de uno de los refranes más conocido por todos, pero que es válida para probar mi punto.
Afortunadamente he tenido la oportunidad de poder compartir varios de mis 'primer paso' y otros tantos ajenos, y he comprobado que dependiendo de las característica del mismo, un proyecto, en este caso un viaje, puede desplomarse hacia el abismo más profundo (nótese que es mejor que se haya desplomado a que no haya habido nunca nada) o por el contrario puede erigirse cual castillo de naipes cuyo centro conducirá hasta el mismo astro lunar (estoy pensando en House of Cards, también conocida como El secreto de Sally para ilustrar el punto). El primer paso es mental, es la conjugación de nosotros mismos en los tres tiempos verbales: pasado, presente y futuro. Nuestros miedos, nuestras experiencias, nuestros monstruos, aquello que nos contaron y lo que nos imaginamos libran una batalla en nuestro ser cuyo resultado puede ser incierto... pero si triunfamos... mucho cuidado, porque nuestros pies pueden llevarnos a donde sea.
El mundo es maravilloso allá afuera, -digo afuera porque queramos o no hay lugares que cuentan como nuestro adentro, en mi caso el adentro es la provincia de Entre Ríos y parte de Santa Fe, son en resumen, esos lugares en los que nos sentimos seguros y contenidos-, el afuera está configurado por tantas variables como sea posible imaginar: historia, política, naturaleza, sociedades (o su ausencia) aspectos culinarios, culturales, literarios, arquitectónicos, idiomáticos, etcétera. Y todas ellas se encuentran en proporciones distintas, variando según cada lugar, esperando que algun viajero se atreva a intentar descifrarlas. Y para eso viajamos (o al menos para eso viajo yo) para descifrar el mundo y para descifrarme a mí misma. Ahí afuera hay 148 940 000 km2 de superficie terrestre que espera ser pisada, vista y vivida por aquel que venza su inercia y dé el primer paso hacia sus propias fronteras. Y también está el océano, para aquel que se atreva, 361 132 000 km2 de extensión que esperan ser navegados.
Lo desconocido empieza donde terminamos nosotros; el primer paso del que habló Lao Tsé es la vuelta de llave que destraba la puerta y hasta que no la abrimos y atravesamos el umbral sólo conocemos el mundo (el Otro) a través del ojo de la cerradura.
Es para muchos conocida mi aficción por viajar, pero por muchos más sabida mi estrecha relación con la escritura, más aún si de aventuras se trata. Hace poco regresé de pasar unos cuantos meses en la perla del Caribe, gentileza del programa de intercambio de mi Univerisidad. A través de este breve texto, paralelamente a inaugurar el blog doy comienzo a la publicación de mis crónicas de viajes, vividas, plasmadas y escritas en lugares recónditos y no tan recónditos de nuestro planeta.