Durante las aproximadamente
7 horas de viaje que duró el trayecto entre Buenos Aires y La Habana no pude
para de preguntarme básicamente una cosa ¿Distinto cómo? Procedo a explicar.
Las personas que ya conocían
Cuba con las cuales pude charlar personalmente antes de irme me habían
prevenido casi bonachonamente: “Mirá que las cosas son distintas allá”. Pero
más allá de la circulación de dos tipos de monedas a la vez, los autos vintage,
el socialismo, la playa y las palmeras no podía delimitar los alcances
semánticos de lo distinto.
Lo distinto, les cuento, no
tardó en presentarse a días de estar en Santa Clara, la ciudad donde realizaría
el intercambio académico por no menos de seis meses.
-Che ¿carne nunca hay?- me
acuerdo que le pregunté a Yassiel, uno de los primeros amigos que hice a la
quinta o sexta vez que comíamos en el comedor de la universidad.
-Si hoy comimos al mediodía…-
me respondió con cara de no entender mi pregunta.
-No, eso era pollo, yo digo
carne de verdad, carne roja.
Yassiel, que ya conocía algo
de nuestra cultura, pareció ver lo que se aproximaba y (con una expresión muy
similar a la que alguien tiene en su rostro cuando te comunica que falleció
alguien cercano, serio pero como tratando de que no te duela) me explicó:
-Es que acá matar una vaca
está prohibido. Hubo una época en que había más vacas que cubanos, pero fue
hace mucho. La carne que hay está reservada para las personas con dietas
especiales y los ingresados en los hospitales.
Se imaginará el lector mi
cara de mala noticia.
-¡¡No te la puedo creer!! ¡Si
sabía me anotaba para México prioridad 1!- le dije más en serio que en broma.
-Y... ya te embarcaste-
filosofó riendo.
Seis meses a mortadela y
arroz con piedritas en el comedor y ya siento que puedo ir a darle la vuelta al
mundo.
Otra sorpresa, en las
universidades (al menos las que conocí, la de Santa Clara y la de Pinar del
Río) el agua corriente funciona a determinados horarios: 07 a 08 a.m, 12:30 a
13:30 (muchas veces se olvida de llegar y se saltea este turno) y de 18:30 a
20:30. Si te querés bañar a otra hora que no sea esa, lavarte las manos o
descargar el inodoro y te olvidaste de cargar los baldes temprano, te jodiste.
Ojo, en las casas esto no
pasa. Agua siempre hay. Y con respecto a la comida… ¡¡Ñomi ñomi!! Gente, se los
aseguro, en las casas sí que se come delicioso. Uno de mis platos favoritos
eran los tachinos –o tostones-, rodajas de plátano burro fritas saladas, y las
croquetas, hechas de un poquito de todo: arroz, tomate, jamón, fideos y sopa.
Aprovecho de paso este espacio culinario para agradecer infinitamente a Carlitos
y a su familia por permitirme ser su invitada de honor en su mesa numerosos
fines de semana y deleitarme con comidas tan ricas y con sabor a hogar. Fue
allí donde aprendí a hacer pru, una especie de gaseosa natural, a todas luces
exquisita, que se prepara con jaboncillo, jengibre, raíz de china, hojas de
pimienta, azúcar sin refinar y canela. Primero se hierven las hierbas y
tubérculos, luego se deja enfriar para finalmente agregar a la preparación más
agua y el azúcar. Luego, a la heladera envasada en botellas a prueba de reventadas
por no menos de 24 horas. Resultado: la perfección en bebidas refrescantes. (Y
si lo usás para el tereré ¡ni te cuento!)
Sigo con lo distinto ¡¡LAS veces que fui ‘al pedo’
a comprar cosas al centro!! Los horarios de comercio son bastante diferentes a
los nuestros. Se abre aproximadamente a las nueve y a las cuatro o cinco a más
tardar se está cerrando todo. Claro, la hora más normal para hacer las compras
al menos para mí -teniendo en cuenta además que había que caminar forzosamente
al menos unas quince cuadras bajo el sol ardiente-, eran las seis de la tarde.
Resultado: todo cerrado. Vuelta a la universidad (que está a unos 8 kilómetros
de la ciudad) con las manos vacías.
¿Y las veces que el papel higiénico
y el desodorante simplemente ‘se perdían’? (expresión cubana para designar que
el producto desapareció por tiempo indeterminado de las góndolas) Por fortuna
yo tenía mis reservas. “Mujer prevenida vale por dos” todavía suele decirme mi
vieja cuando le pregunto si llevo o no llevo determinadas cosas en el equipaje.
Otra cosa que me puso ‘los
pelos de punta’ hasta que ‘le agarré la mano’ fue que la mayoría de los pasajes
(ya sea de tren o de colectivo) son difíciles de conseguir a no ser que los
compres bastante antelación. Al ser residente temporal, con mi carnet de
identidad podía acceder a viajar en Astro, la empresa estatal de transporte exclusiva
para cubanos, cuyos tarifas eran diez veces menores a las de Vía Azul, la
empresa de transporte para los turistas o yumas como les dicen ellos. Lo
exasperante era que para comprar un pasaje el tiempo de espera variaba entre
una hora y cuatro horas y media (el máximo que llegué a esperar). Una prueba de
paciencia digna de los más amaestrados yoguis. Para completar, además de la
diferencia con nuestros horarios comerciales está la cuestión del almuerzo. El
horario del mismo se respeta a rajatabla. Es como una pequeña muestra de
feriado en pleno mediodía: se para todo, y si estabas esperando desde las nueve
y a las doce no te atendieron, te comiste otra hora y media.
Ahora le toca a lo bueno: la
verdad de la milanesa es que en el Coppelia, la heladería estatal que está en
la mayoría de las ciudades cabeceras, te podés tomar un helado de cinco bochas
con frutas, crocantes y merengue por –al día de la fecha- 1,60 pesos
argentinos. También por 80 centavos argentinos te comés altas hamburguesas con
queso en las hamburgueseras estatales. De cerdo pero deliciosas. Era ley que
cuando volvíamos del Sandino (el estadio de béisbol de Villa Clara) de ver un juego
de pelota, con Carlos íbamos por unas hamburguesas para terminar de matar las
ansiedades ‘típicas del hincha’, fueron el equivalente perfecto al chori de
después de los partidos de Unión acá en Santa Fe. Y no van a creer, pero ver un
partido de béisbol cuesta nada más que 0,25 centavos argentinos. Todo ciudadano
cubano puede permitirse asistir al estadio a ver los partidos las veces que
quiera sin que eso repercuta en su economía. Lo distinto también tiene su lado bueno ¿vieron?
Bueno, para ir cerrando les
tiro la última, ¿saben que la fotocopia prácticamente no existe? La universidad
te provee del material de lectura que, una vez finalizado el ciclo lectivo,
tenés la obligación de devolver para poder retirar los del curso próximo. Y
además al comienzo del año te corresponde un cuaderno por asignatura que vayas
a cursar y cierta cantidad de lápices y biromes, esto es así en absolutamente
todos los niveles, desde la primaria hasta la universidad. Qué lejos estamos ¿eh?
Una vez más gracias por leerme
y nos encontramos en la próxima publicación.
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