viernes, 19 de septiembre de 2014

La Habana (Cuba)

   Yo me voy pá’ la Habana y no vuelvo má’... dice la matancera de Nelson Pinedo. Y con razón ¡qué ciudad! Uno podría vivir allí feliz para siempre entre guantanameras y sones o entre cervezas y rones pasando las tardes en el malecón contemplando la inmensidad del mar o caminando por las arenas de las playas del Este, o simplemente estando.  


   La primera vez que la conocí fue por supuesto al recién llegar a Cuba, con mi compañera nos quedamos dos noches en un hostal antes de partir para Santa Clara y en ese día y medio no recorrimos mucho pero sí caminamos por Infanta que desde el parque de la Quinta de los Molinos llega hasta el mítico malecón y también caminando entre helado y helado -porque el calor es siempre delicioso pero tremendo- llegamos hasta el Capitolio y el Gran Teatro, ambos temporalmente en refacción pero bellísimos sin duda alguna.



    Por la noche cenamos por la calle unas hamburguesas y nos quedamos maleconeando –un gerundio cubano perfecto para la situación- con un par de cervezas de por medio hasta que se hizo un poco tarde y volvimos al hostal para partir al día siguiente.


    La segunda vez que fui a La Habana lo hice con intenciones de pasar unos días para poder comprender la dinámica que hace latir al corazón cubano más populoso de la isla. Salí de Santa Clara en tren en compañía de mi amigo Anderson que se volvía para Pinar del Río luego de pasar unos días en la ciudad del Che. Viajar en tren en Cuba es toda una aventura que por supuesto vale la pena hacer. 

    Al calor nosotros lo engañamos con tereré y al transcurrir de las horas con la charla. Después de cuatro o cinco horas llegamos a La Habana ya caída la noche, cenamos algo en el camino a la estación de ómnibus y tras encontrar un hostal dónde pasar la noche mi amigo siguió camino a Pinar del Río. 
    Al día siguiente telefoneé a Yasser, un amigo habanero que había conocido antes de salir de Argentina y que ahora estaba de vacaciones en sus pagos y acordamos encontrarnos en el hostal dentro de un par de horas. Así que, ni lenta ni perezosa fui a pasear a la Plaza de la Revolución, con ese Martí imponente frente a los rostros de Fidel y el Che. Maravilloso, uno siente una especie de energía ahí, exactamente dónde Fidel hacía sus discursos con miles y miles de personas presentes que aclamaban fervientemente sus palabras..




  Anduve por aquí y por allá fotografiando y leyendo inscripciones hasta que se hizo la hora de ir al encuentro de Yasser. Una vez juntos, fuimos en guagua hasta el centro y recorrimos calles, plazas, parques, ferias, murales, el casco histórico, caminamos cantidad y almorzamos en un lugar que creo era en el Vedado. Es que uno se queda tan embobado viendo los edificios, los autos, la gente y escuchando el sonido del tránsito, las bocinas y alguna que otra guantanamera que a no ser que seas un as de la orientación el rumbo se pierde en un abrir y cerrar de ojos.








   Charlamos cantidad. Cuando uno estuvo en el país del otro y el otro estuvo en el suyo es como que hay un saber implícito que se juega en cada palabra, no sé, las cosas dejan de ser tan necesarias de explicar, el otro sabe de lo que estás hablando y viceversa, es bastante difícil de describir y personalmente es algo que sólo me ha pasado con personas que han conocido Argentina y que yo he conocido su país. 


   Al día siguiente abandoné el hostal en el que estaba y me cambié a uno céntrico -paradójicamente con mejor precio-, Nora se llamaba la señora del lugar y era una dulzura, me convidó con café ni bien llegué y me hizo sentir como en casa. Rato después fui hasta La Coubre que es la estación de tren y compré el regreso para Santa Clara para el día siguiente, volví a la feria de la costa a la que habíamos ido con Yasser el día anterior, caminé por parte del centro y fui por el malecón hasta la sección de intereses de Estados Unidos que gracias a las numerosas banderas cubanas que se levantan en el frente queda prácticamente invisible, una acción muy sagaz de parte de Cuba. 


   Luego fui hasta la oficina de Infotur que está en el hotel Habana Libre a buscar unos mapas para mis próximos viajes y como la hora del almuerzo se había pasado y yo no había hecho el correspondiente ritual crucé enfrente del Coppelia dónde vendían perros calientes y me compré un pancho enorme. 

    Después ahí mismo me tomé el P5 que me llevó de vuelta a la Habana Vieja y luego la línea 400 que iba hasta las playas del Este, a 27 km. de La Habana. Cuando regresé ya era de noche y me costó muchísimo encontrar el hostal porque no había anotado la dirección y todas las esquinas se parecían pero al final pude dar con él después de examinar con detalle casa por casa en las dos cuadras que se me confundían. El yoruba Eleguá se apiadó de mí esa noche. Y también Nora, que me convidó café y tabaco después de una necesaria ducha.



   El tercer día lo invertí en el Acuario Nacional. Nunca había visitado un acuario así que todos los animales me asombraban cuál niña pequeña, después me enteré que la visita al acuario suele ser una de las salidas que los chicos piden cuando cumplen años. 

   Me quedé a los dos shows, el del lobo marino y el de los delfines… había un sol que partía la tierra pero unas bebidas de malta solucionaron el calor por un rato. Cuando el show terminó me fui volando a tomar el P1 que tardó bastante en pasar y que me dejó frente al Coppelia, de allí la línea 222 porque el P4 que ya conocía no pasaba desde hacía rato y ya faltaba poco para la salida del tren. Por suerte llegué en tiempo y forma para el tren Especial de Santiago que me llevaría de regreso a la querida Santa Clara.


    La otra vez que estuve en La Habana fue de camino a la Isla de la Juventud, con Carlos pasamos un día en la casa de su tía en Guanabacoa y tuvimos la suerte de que nuestro equipo de béisbol, Villa Clara, jugaba de visitante con Industriales, el equipo de La Habana en el estadio Latinoamericano. Obviamente que no faltamos a la cita y para variar Villa Clara ganó por knock out 13 carreras por 3 en el séptimo inning. Festejamos yendo a pasear por Obispo con la camiseta bien puesta -como diríamos nosotros- y pasamos a visitar a Nora, la señora que me había alojado la vez anterior y con la que como no podía ser de otra manera acabamos tomando la infalible tacita de café. Antes de regresar a Guanabacoa hicimos parada obligada en una esquina cerca del teatro dónde una señora que ya tenía vista de las veces anteriores siempre se para con su canasta enorme a vender chicharritas de boniato a 5 pesos cubanos. ¿Qué decir? Son bárbaras. Y además son el complemento perfecto para el viajero o excursionista, y al día siguiente hasta la Isla de la Juventud teníamos unas cuantas horas..


   Todas las veces que estuve en La Habana conocí o me encontré con personas excepcionales, conocí lugares asombrosos y probé cosas distintas. 
    Es un lugar maravilloso, raro, exótico para los que no son del Caribe pero cordial y alucinante. No dejen de visitarla si tienen oportunidad. En lo que a mí respecta, no veo las horas de regresar.

    Hasta la próxima!




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